José Romero | “Conseguir ese poema que le roba un segundo al universo es algo casi mágico. La maravilla del hallazgo”

José Romero nació en Ourense en 1959. Hijo de un guardia civil, pronto siguió el camino marcado. En el colegio militar entró con quince años y con 19 ya estaba en su primer destino: El País Vasco. La literatura fue su refugio.
Tiene mucha obra, ¿cómo empezó a escribir?
Muy joven, sobre todo cuando estuve en el País Vasco, por mantener una referencia. El ambiente me exigía extraviarme y encontré en ese acto una referencia. También es una necesidad. Nací en la dictadura y en las escuelas, sobre todo en los pueblos pequeños, no se aportaba nada con respecto a la literatura. Cuando empecé a leer contraje una deuda con la literatura, esa creadora de belleza. Por eso escribir genera mucha satisfacción y también mucha frustración, porque siempre te parece insuficiente.
Usted cultiva varios géneros, aunque siempre sus textos son bastante poéticos...
Empecé a escribir poesía. Después pasé gradualmente a la prosa, pero la raíz es más poética. La mirada que tengo sobre las cosas pivota mucho más sobre la poesía, sobre indagar. La literatura de detectives no me interesa mucho. Me interesan los escritores que indaguen.
La figura del guardia civil poeta puede causar un poco de sorpresa...
En un principio mucho más. Utilizó seudónimos porque, durante el tiempo en que trabajé no te dejaban expresarte. Tenías que pedir permiso para todo. Había mucho rechazo al mundo intelectual, periodístico... La misma institución y su dinámica interna expulsaba al elemento crítico. Me tiene pasado estar leyendo a Lorca y que un superior me dijese que abriese el libro por una página determinada, que era en la que estaba el romance dedicado a la Guardia Civil. Lo hacía como reproche. Entiendes que son ambientes donde se necesita, en cierto grado, que seas rudo y, para ellos, la poesía aflojaba un poco esa dinámica porque te hace sensible. Eso siempre lo digo entendiendo. Una cosa que hace que me parezca interesante la literatura es entender por qué se hacen las cosas. No siempre se hacen por maldad. Muchas veces tiene su lógica. No tienes por qué estar de acuerdo, pero existe. Si no, siempre se genera la idea de que la policía tiene que ser un tipo malvado. Lo que pasa es que hubo un momento, sobre todo de la Guardia Civil, en el que eras alguien excepcional. La falta de cualquier medio se suplía con esa arrogancia. En “La hija del txakurra” hablo de eso en uno de los relatos. Al final hacemos poesía constantemente.
Precisamente en ese libro combina sus dos profesiones. Supongo que sería duro.
El libro nace de la necesidad de hacer un homenaje al recuerdo de las víctimas, que fueron las más desatendidas. La idea principal es que se escribía mucho sobre esa absurda épica de la lucha contra ETA, pero no se hablaba del sufrimiento que ocasiona un atentado. Eso fue lo que me llevó a articularlo. Lo que intento es que hable la persona que sufrió esa brutalidad y que lo haga no en el momento, sino cuando el tiempo le ha permitido reposar la idea. Intenté ficcionarlo para que las personas no se vean tan representadas porque también hay una parte crítica. No interesaba causarles más daño.
Me imagino que tendrá bastante de autobiográfico...
No me gusta escribir de mí, pero es absurdo pensar que no lo hago. Es muy difícil abstraerte de lo que viviste. Me interesaba reflejar cómo se gestiona la ausencia y la literatura te lleva a una introspección que, al mismo tiempo, te permite conocer aspectos que desconocías de ti. Te permite ponerte en el lugar de los demás, te va llevando a reflexionar por qué hizo alguien de determinada manera. No justificarlo, pero sí exponerlo. Debemos empezar a comprendernos más y a dramatizar menos, porque cada día hay una deriva hacia el odio y hacia posturas tan polarizadas en una situación que no está al borde, como en otros momentos en los que había otras necesidades y mucha más injusticia. Aunque ahora no sea perfecto, da tristeza que lleguemos a descalificarnos por lo que pensamos. Creo que la literatura debe ir por ahí, por ese reencuentro.
¿Es eso posible en el País Vasco?
Es difícil, pero se va consiguiendo. Hay un informe reciente del gobierno vasco que habla, por primera vez, de la injusticia que vivieron los guardias civiles y militares y sus familias. Las instituciones y el Estado también tienen que reconocer que se actuó con torpeza. Cuando llegué allí venía de la dictadura y lo que se le daba a los guardias civiles era un palo. Con ese palo dimos los primeros pasos dentro de la democracia y eso nos llevó a que ETA y muchos sectores radicales nos visualizaran con una violencia inusitada, que venía no tanto motivada por la naturaleza de la institución, que también puede ser, como por la carencia de medios. Con derechos no puede ser un palo lo que rija. Todas estas maldades ruedan siempre con el viento a favor, aunque debería ser a la inversa.
¿Cómo es el proceso en el que se prepara para escribir?
Lo cierto es que soy un poco neurótico. Necesito estar escribiendo continuamente. Llevo un cuaderno en el que apunto ideas, como un cazador de metáforas. Cuando te pones a escribir es una especie de trance hipnótico. A veces te surge viendo una imagen y otras en un silencio. Eso en cuanto al acto creativo, el de la corrección requiere atención y mucho trabajo, pero es necesario revisar, aunque muchas editoriales tienden mucho a uniformar, buscando una obra generalista.
¿En qué autores se inspira en el ámbito poético?
Lo hice siempre por libre, no soy mitómano. Leo siempre por necesidad anímica. Hay autores que se mantienen, como Borges, León Felipe, Dámaso Alonso, Miguel Hernández... La poesía es algo casi mágico. Conseguir ese poema que le roba un segundo al universo... ¡Eso es muy difícil! Es la maravilla del hallazgo. También hay que contar con la visión del lector. A veces digo, de broma, que tendríamos que escribir lectores. Si un escritor tiene lectores inteligentes, su obra va a ser mucho más interesante.
Ahora está preparando una novela, ¿no?
Tengo dos en marcha, pero voy a empezar a publicar una que está ambientada más en el sur. Allí se da un fenómeno que es el latifundio, que permite visibilizar muy bien la injusticia. Creo que puede aportar una historia de alguien que, dentro ya de la democracia, sufre la injusticia del sistema y tiene que recurrir a la violencia para solventarlo. Es una cuestión que no se trata mucho. Ignoramos que a veces, dentro de una sociedad en la que hay derechos y libertades, se hacen mangas y capirotes de ellos.