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Populismo y mediocridad

Todos hemos oído decir, a derecha e izquierda, que a algunos de nuestros gobernantes les cabía el estado en la cabeza. Referido a su capacidad para interpretar los complejos mecanismos que exige el gobernar con criterio y eficiencia la vasta estructura de su cotidiana intendencia y adelantarse o resolver en cada momento sus muchas incidencias. Eran hombres con una capacidad intelectual suficiente para enfrentar esa tarea, versados en la teoría y bregados en la práctica, a los que les precedía un prestigio profesional y humano que los capacitaba y obligaba frente a quienes habían forjado en torno a sus personas una expectativa humana que, sin duda, pesaba en su ánimo a la hora de esbozar y ejecutar sus políticas y proyectos en el seno de las sociedades a las que servían. Personas prestigiadas y prestigiosas a las que las diferencias ideológicas les ayudaban a potenciar sus capacidades.

Con la creciente degradación de los partidos, sus perrunas afinidades, servidumbres y pagos de favores, junto a una opinión cautiva y una sociedad civil desaparecida, ha sobrevenido una caterva de personajes, más atentos a la voz del amo que a cuidar, si les cabe, algún prestigio profesional o personal. Situación que ha desembocado en estructuras y gobiernos que no pasan de ser meros creadores de contenidos populistas, sin idea de estado que vaya más allá del pillaje o la posesión, como si de una propiedad grupal o rito tribal se tratase.