Otoño
El otoño no es una contienda,/ pero, como si lo fuese/yacen por el suelo,/definitivamente desterradas/del verdor de su belleza,/miles de hojas. Mariposas marrones,/palidecidas de levedad,/que vuelan al capricho del viento,/llenando de soledad/la dulce melancolía de los jardines,/los desnudos espíritus de los poetas»
Con estos versos, saluda la poeta Loto PSeguín a este tiempo que tiñe el aire de melancolía, sana añoranza y calmo empuje que se va depositando sobre todo cuanto toca, hasta cuajarlo de una pátina de ambarada esencia, transparencia y feliz desmayo, para un ritual que tiene lugar en el alma, donde es recibido con el cuidado propio de su divino ser.
El otoño es la única estación donde la luz y la sombra se funden para conformar la más amable de las penumbras, esas que son capaces de conciliar la esencia de ambas, no languideciéndolas, sino remarcándolas, sin que ninguna de ellas pierda valor y valgan a ese tiempo de silencio y recogimiento, en el que hasta el aire se ve felizmente comprometido en la más hermosa tarea del amor, la de desnudar al amante y guardar celoso sus ropas.
Afirmamos, con tristeza, que hemos llegado al otoño de nuestras vidas, cuando deberíamos alegrarnos, porque si la vida es un encierro entre estaciones, alcanzar el otoño es proveernos de un bagaje capaz de despertar en nosotros el sosiego necesario para vivir y morir en invierno, confortados de primaveral amor y veraniega entrega.