Medusas
Perdón por la crudeza, pero la tierra es redonda y el hombre ha pisado la luna. Lo demás son delirios. El resplandor es una obra maestra del cine de terror, no una confesión de Kubrick de haber grabado a Neil Armstrong en un plató secreto.
Las vacunas no causan autismo, las pirámides no fueron el proyecto piloto de una start-up de alienígenas becarios y nadie guarda una cura del cáncer en el sótano como si fuese el maletín de Pulp Fiction, brillando solo para unos pocos elegidos.
El 11-S no fue un autoatentado, las estelas de los aviones no son chemtrails anti-lluvia ni el cielo un Photoshop de Dios. Y el cambio climático es real. Tanto como que Elvis está muerto, aunque Spotify insista en ponerlo en “novedades” cada vez que se reedita algo suyo. De ahí los incendios de sexta generación: fuegos extremos con tormentas que generan pirocúmulos imposibles de controlar. Nada que ver con el mapa de equipos de primera división ni con una conspiración minera made in Telegram. Quemar el monte no facilita extraer litio. Solo provoca desgracia. Y pobreza.
Lo siento, Mulder: I want to believe queda precioso en un póster de Expediente X, pero la ciencia se empeña en aguarnos cada conspiración. Y aun así, nos tragamos teorías con banda sonora de Stranger Things para no entonar un mea culpa.
El clima ha cambiado. Y con él, el mar. Basta con bajar al Orzán un martes de agosto: olas de postal con letra pequeña de color azul violáceo y tentáculos de mala leche.
Las carabelas portuguesas no son una medusa al uso, pero pican como si quisieran trending topic. No llegan en drones malignos; aparecen por física básica: agua más templada, corrientes cambiadas, temporales que empujan lo oceánico a la orilla y menos depredadores. Hemos desfondado la cadena trófica. No es Twin Peaks: no hay enanos ni visiones oníricas, es el recibo del clima cobrándose con intereses.
En A Coruña nadie cerraba playas por bichos gelatinosos cuando nuestros padres nos embadurnaban con Nivea sin FPS. Ahora el calendario tiene marcas. Enero de 2021 (sí, en invierno): tras una ristra de borrascas, se retiraron más de 600 carabelas y se cerraron seis arenales entre A Coruña y Ferrol. Primera bandera roja por Physalia. Agosto de 2023: cientos de carabelas, baño prohibido en Riazor, Orzán, Matadero y San Amaro y debut de la bandera de medusas. Agosto de 2025: 150 retiradas en una semana en Riazor y Orzán, varios atendidos por picaduras… Esta misma semana: el Dique de Abrigo infestado de medusas. Summer of ’69 versión Atlántico: Galifornia con pesadilla.
En la barbacoa con amigos siempre estará el iluminado que quiere prender el fuego con un secador para abrirte los ojos. Nos fumigan para que llueva en los festivales. Como si joderle el plan a cincuentones trasnochados fuese la prioridad de una élite mundial que decide nuestro futuro. El pobre se lo cree. Lleva años riéndose del lema “métete coca que el gusano no coloca” y, claro, ya se nota. Ojalá. Lo que hay es mecánica de fluidos con resaca: agua más caliente, vientos que cambian la cinta transportadora, corrientes que nos acercan especies ajenas, borrascas que empujan lo oceánico a la orilla y tortugas y peces luna que ya casi solo vemos en los cuentos.
Esto no es un hilo de Reddit, es A Coruña. Aquí no existe botón de “eliminar medusas”. Existe gestión: vigilancia municipal, banderas específicas, megafonía, retirada manual con salabardos y guantes, primeros auxilios y cierres cuando toca. Es poco glamuroso, cero Top Gun, muy de servicio público. Y funciona.
Aunque la solución real no cabe en un hilo de X: reducir emisiones, proteger la biodiversidad, dejar de pescar a ciegas. Una nueva normalidad con días de agua limpia y Beach Boys de fondo y otros con bandera de medusas.
Así que la próxima vez que alguien saque las chemtrails en la sobremesa, invítale a un paseo por Riazor. Si quiere ficción, que ponga a Bowie. Apagará el fuego con gasolina, como el Duque Blanco en Cat People. Si quiere realidad, que mire el agua.
