Malas noticias llegan de palacio
Los periodistas que asistimos cada año a la recepción del 12 de octubre en el Palacio Real vivimos ese día una de las jornadas más ajetreadas del año. Los informadores han de transitar de corrillo en corrillo -un deporte difícil ese de encontrar un puesto lo suficientemente cerca del líder como para escuchar bien lo que dice- en busca de la declaración, off the record, del político de turno. O del juez que corresponda. O de quien en esos momentos protagonice un pedazo de actualidad. Claro, Pedro Sánchez y Feijóo fueron las ‘estrellas’ del asedio. Creo que ambos salieron disgustados de la fiesta. Y muchos analistas, desconcertados. Malas noticias -el desconcierto, la confusión, siempre lo son-- procedentes de palacio.
Ví a Sánchez abandonar el acto (antes que los reyes) un poco a la carrera, tras interpelar a una colega acerca de algo que al parecer no se le había entendido bien. Confusión, ya digo. Y hablé con un Núñez Feijóo serio -más de lo habitual- que parecía algo incómodo. El presidente y el líder de la oposición habían escenificado, por separado y ante los corrillos con periodistas, su enésimo desencuentro referente a la renovación del Gobierno de los jueces, muchos de ellos ausentes, por razones variadas, de la recepción. Andábamos todos mirando el dedo que señala a la luna, hablando sin parar de que si Sánchez había hecho esperar unos minutos a los reyes antes de comenzar el desfile militar para evitar los abucheos. Tema más o menos polémico, sí, pero ceñido al protocolo, que ya se sabe que es la asignatura que más conflictos genera entre los humanos. Pero el asunto importante era el desencuentro escenificado entre Sánchez y Feijóo acerca de cómo, cuándo, cuánto, reformar ese gobierno de los jueces que se pudre de puro caducado. Creíamos que en la ‘cumbre’ en Moncloa del pasado lunes entre ambos se habían desatascado los puntos calientes sustanciales y ya ven: le haré a usted gracia, lector, de por dónde anda la polémica, porque nada hay de fundamental, sino de inflexibilidad tozuda, en ella. Pero el caso es que parece que nos hallamos donde estábamos. O eso, creo, están entendiendo en Europa, esa Europa que nos urge a solucionar la vergüenza.
