Elegir colegio
Vaya por delante que el hecho de que Pablo Iglesias e Irene Montero quieran proteger a sus hijos de la presión social me parece lícito. Más aún: sensato, oportuno. Incluso ineludible. Ningún niño debería cargar con el apellido de sus padres como si fuese una diana. Si eligen un centro privado para blindarlos del circo, están en su derecho.
El problema no está en la matrícula; el problema está en el discurso.
Cuando defiendes con afán y ansia una bandera o te sitúas frente a un micrófono, se te va a exigir coherencia. Los que te siguen y creen en tu discurso se sentirán decepcionados si no haces lo que predicas. Y los que quieren ponerte la zancadilla aprovecharán cualquier pequeño resbalón para empujarte y hacerte caer.
La cuestión es que, como decía el psicólogo austríaco Alfred Adler, “es más fácil luchar por los propios principios que vivir a su altura”. Ser fiel a las ideas es algo que, muchas veces, cuesta. Conviene, por lo tanto, medir el tono con el que las defendemos. Si proclamas desde tu pedestal que la “casta” es una élite cuasi demoníaca, más te vale no actuar después como un privilegiado. Con un discurso más moderado, una decisión concreta hace mucho menos ruido.
Quien se desgañita exigiendo pureza absoluta se arriesga a que, el día que elija la vía pragmática (por los hijos, por miedo, por lo que sea), suene a falso. No porque proteja a sus criaturas (bien hecho), sino porque la narrativa que vendió no admitía matices. La vida, en cambio, es una cuestión de tonos.
Hay una anécdota que siempre cuento. Después de años escuchando al BNG criticar a los gobiernos de Fraga y exigir “dignidad” para nuestros mayores, cubrí para el medio de comunicación en el que trabajaba un acto en el Fogar do Maior, en la calle Concejo de Ourense. Hablaba Bieito Seara, en aquel momento Director Xeral de Acción Social, en la Vicepresidencia de Igualdade e Benestar. Soltó, con épica de mitin: “Antes, con Fraga tíñades dúas excursións. Agora, con nós, ides facer tres”. ¡Toma dignidad! ¡Su promesa era respeto y estructura, no bonos y folclore!
La incoherencia es transversal y cotidiana. Más en nuestra sociedad, con el orgullo guiado por una brújula imantada que siempre señala al yo… Lo malo no es fallar, sino haber pregonado que eras infalible.
Con Iglesias y Montero pasa algo parecido: la polémica no va del colegio en el que matriculan a sus hijos. A fin de cuentas, es una decisión privada. Y lo que les cueste sale de sus bolsillos, no de los nuestros. La cuestión es que, si hostigaste a quienes elegían ese camino, cuando tú lo tomas deberías bajarte del púlpito y preguntarte qué ha pasado. Quizá juzgaste y generalizaste sin tener en cuenta que el mundo tiene muchos grises y poco blanco y negro.
Lo honesto sería reconocer que los principios son brújula, no esposas. Que a veces toca cabalgar contradicciones. Que la escuela pública necesita recursos, no dogmas; que la privada no es el demonio, ni el atajo para fugarse de la mezcla social; que el dilema de cada familia es real y que, si pediste absolutos, quizá debas empezar a pedir matices. Porque la vida te pone frente a tus principios —la elección del colegio, un ascenso, una mudanza, una separación— y te pregunta si vas a morderte la lengua o a pegarle un bocado al relato.
Prefiero menos trincheras, más verdad. Menos sembrar vientos para cosechar tempestades, más humanidad. Menos polarización, más sentido común.
Lo cantaban los Rolling Stones: «You can’t always get what you want, but if you try sometimes, well, you might find you get what you need».
Protege a tus hijos. Defiende lo público. Es perfectamente compatible. Siempre y cuando midas a todos por el mismo rasero.
La dentellada no es por la matrícula: es por el sermón.
