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Me aburren los debates

Hace mucho tiempo que como periodista me he preguntado si los debates políticos en campañas electorales, con cámaras y micrófonos en directo y horarios prime time, sirven para algo. Soy de los que creo que los políticos que se prestan a participar en estos programas televisivos, de máxima audiencia, no dejan nada a la improvisación. Acuden ante las cámaras con los temas muy preparados y para no salirse de los límites marcados y encorsetados en los bloques aprobados de antemano.

Esto, más o menos, fue lo que ocurrió el pasado lunes en el debate entre Sánchez y Feijóo, sí descontamos el momento de bronca protagonizado por uno de los litigantes en el cara a cara.

Nada nuevo bajo el sol de los focos televisivos, y como caladero de votos creo que apenas se han movido los que ya tienen decididos la gran mayoría de los votantes de cara al día 23.

Me siguen aburriendo los debates entre políticos. Los espectadores los siguen por la promoción mediática que se hace de ellos. Y mis compañeros periodistas, que nutren las tertulias radiofónicas y televisivas, tienen un buen caldo de cultivo para hacer sus matizaciones, afirmaciones y material para seguir opinando y haciendo pronósticos adelantados de la intención de voto.

Todo ello para que los profesionales de los sondeos hagan sus apuestas de lo que vamos a votar los que tenemos acceso a las urnas, y de este modo seguir confundiéndose como   sucede de manera reiterativa en todos los encuentros electorales.

Insisto, me siguen aburriendo los debates entre políticos. Mantengo mi teoría de que son una tradición, que es un juego televisivo por las audiencias pero que no mueven las conciencias de los votantes como le gustaría a los líderes que encabezan las candidaturas electorales.

Con los debates me pasa lo mismo que con los mítines. Estos últimos sirven para que los que pagan cuotas en los partidos lleven a sus amigos y simpatizantes, agiten las banderas, escuchen a los candidatos y mantengan sus posiciones a la hora de votar, que ya la tenían clara a la entrada en el recinto.

No pasa lo mismo con los que van de oyentes o de curiosos.

A estos generalmente su voto no lo mueve lo que puedan oír de los que intervienen en el escenario.

Ahora, después del debate, los compañeros de profesión de uno y otro signo político mantienen sus teorías de quien ganó ante las cámaras. Es lo de siempre. La auténtica realidad la conoceremos en la noche del día 23.

Por enésima vez, insisto, los debates televisivos me siguen aburriendo. Y el lunes pasado no iba a ser una excepción.